Aquellos viejos tiempos

 

Revisando viejos libros de mi biblioteca me encontré con un viejísimo manual de adiestramiento canino. Recuerdo haberlo encontrado en la mesa de libros usados de una gran librería hace ya más de 20 años. En aquel entonces el manual ya era un libro viejo, por lo que podemos calcular de qué época data .... efectivamente, técnicas de adiestramiento anteriores a la segunda guerra mundial, al punto que entre los elementos de trabajo se detalla un látigo, con el cual dar algunos azotes a los perros en momentos en que el manual indica. Resulta interesante ver cómo fueron cambiando los conceptos a lo largo de los años.

Recuerdo que cuando comencé en esta historia del adiestramiento canino, el profesional que más se acercaba a la ciencia podía llegar a lo sumo a mencionar el reflejo condicionado de Pavlov. Recordarán que Pavlov condicionó perros a segregar saliva y jugos gástricos como reflejo condicionado al sonido de un timbre, el cual sonaba siempre un instante previo a alimentarlos.

Nadie hablaba de aprendizaje selectivo ni de fases sensibles, y etología parecía ser el estudio de los vinos mal escrito (enología).

Con 17 años y muchos deseos de trabajar con perros, sobraba voluntad pero faltaban medios y métodos.

Había que luchar contra los prejuicios de la imagen creada de un adiestrador como un domador de fieras, látigo en mano, y un pobre perro buscando por donde huir de semejante tormento.

La mayoría de los clientes preguntaban en la primera entrevista “les pegan?”.

Y todo venía de viejas técnicas, en las que incluso hasta se contemplaba el uso de un pequeño azote como herramienta de trabajo.

Honestamente no me hubiera gustado ser perro hace unos años atrás.

Completar una mínima rutina de adiestramiento básico demandaba varios meses.

Y por aquellos días un adiestrador aparecía en la TV brasileña, demostrando en uno de esos programas que duraban toda la tarde, cómo enseñaba a un perro a permanecer sentado en un lugar en 6 horas. El programa transcurría y cada tanto remitían al lugar donde el adiestrador trabajaba con el perro, hasta que a lo largo de toda la programación iba comprendiendo el significado de la palabra “quedate”. Como si fuera poco no podía ser cualquier perro sino un cachorro seleccionado de unos 8 meses de edad. Hoy cualquier educador canino profesional enseña a permanecer quieto a un cachorro de tres meses en menos de un minuto.

El adiestramiento en aquellos tiempos comenzaba al año de edad, y los más avanzados “psicólogos” caninos, es decir los que podían pronunciar el nombre de Pavlov sin trabarse, podían llegar a iniciarlos a los 6 meses.

Lee Duncan quizás haya sido uno de los más reconocidos a través de su famoso Rin-Tin-Tin, pero si revisamos esas viejas películas del cine mudo nos encontraremos con que nada tienen que ver esas escenas con las posteriores de R. Wathervax (Lassie), y mucho menos con las modernas realizaciones del cine de nuestros días.

El test de Campbell fue toda una aparición, parecía cosa de adivinos y magos poder predecir el futuro temperamente de un cachorro de 49 días. Pero la velocidad vertiginosa con que avanzó luego el adiestramiento canino dejó deslucido hasta incluso al propio Campbell.

Hoy hablamos de improntas y nos basta un rápido vistazo a una camada de cachorros para saber quienes tienen determinadas características, aunque luego usemos evaluaciones para ,medirlas con mayor precisión.

La actividad de adiestrador era una brutal actividad marginal, detestada por casi todos los veterinarios, quienes veían en el adiestrador a un invasor iletrado, ya que ellos mismos daban consejos de educación aberrantes, como restregar el hocico en la orina de los cachorros para que aprendan a haces sus necesidades fuera de la casa.

En una ocasión el perro de uno de mis clientes me demostraba día a día problemas de comportamiento que no tenían lógica, una ansiedad cambiante, estados de exaltación sin motivos, y cosas que me hicieron recomendarle que le hiciera una revisión veterinaria, ya que lo que le sucedía nada tenía que ver con lo psicológico, y a mi entender estaba motivado en un problema de origen físico. Paralelamente investigué en las construcciones aledañas la posible presencia de emisores ultrasónicos ahuyenta ratas, pero no había nada que pudiera justificar el comportamiento de mi alumno.

El veterinario ni siquiera lo revisó, se limitó a decirle a mi cliente que debía ser por el entrenamiento y que mejor abandonara el mismo.

Era un cliente que confiaba mucho en mí, por lo que no quiso dejar de adiestrarlo, pero igualmente yo debí decirle que iba a tener ue suspenderlo, ya que su comportamiento no tenía manera de ser controlado, era algo que excedía lo psíquico y yo no podía hacer nada por mejorarlo.

Por supuesto que le hice una visita al imitador de profesional para decirle lo que pensaba a cerca de su obtusa mentalidad y advertirle que si algo ocurría con ese perro iba a atestiguar en su contra.

Pocas semanas más tarde el perro moría en medio de ataques de ira y tensiones, golpeándose la cabeza contra las paredes, en medio de una posible ceguera, sumado a ataques nerviosos y una combinación de trastornos, mientras mi cliente y su familia evitaban todo contacto con él, observándolo a través de una ventana que daba al patio donde desplegaba todo el espantoso acto.

Mi cliente decidió hacerle una autopsia en la universidad, descubriendo que la causa era un enorme tumor cerebral.

En estos días la profesión del adiestrador es reconocida como una actividad que puede auxiliar en el trabajo del médico veterinario, lejos de ser un competidor, como en aquel entonces creían. Pero mucho agua ha corrido bajo el puente desde entonces.

 


 

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